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En memoria de Juan

En Orihuela, su pueblo y el mío
se me ha muerto
como del rayo Ramón Sigé,
con quien tanto quería.
Miguel Hernández, Elegía a Ramón Sigé

¿Cuánto tarda en curarse una herida? Depende, dirán algunos, de la herida y del herido. Si la herida es una muerte y el herido toda una comunidad se tarda mucho. Desde luego, más de un año.
El 28 de marzo de 2022 había calima y el patio estaba rojo por la lluvia y el barro caídos el día anterior. Un filtro sepia cubría el cielo y parecía que el aire pesaba en cada aliento. Solo un punto blanco, inmaculado, cercado de coches y de desesperación, destacaba en el suelo rojizo: una sábana que cubría una vida.

Para todos los que conocimos a Juan ese día el mundo se tambaleó: partió a su familia como un rayo, hirió a sus compañeros con la certidumbre de la mortalidad. Marcó al profesorado con la impotencia de no poder hacer más, de no saber hacer más…

Ha pasado un año desde ese día. Mal que bien hemos retomado el camino. Hay un hueco. Siempre habrá un hueco. Hoy lo recordamos y abrazamos otra vez a su familia, que es la nuestra, porque todos quisimos poder devolverles a su niño, pero no pudimos.
Haremos un pequeño homenaje y continuaremos andando, un pasito, otro más y así, recordando la inocencia y la mirada limpia de nuestro Juan, jugaremos en el patio, haremos exámenes y lloraremos por las notas. Y rogaremos a ese cielo que hoy es tan azul, que solo tengamos que llorar por las notas.
A Juan, que se nos murió como del rayo hace un año, y con quien tanto queríamos vivir.

Carmen Oteros

Hoy conmemoramos el luctuoso aniversario del fallecimiento de nuestro compañero Juanjo.

Lo hemos hecho guardando un minuto de silencio en todas las aulas de este centro. Se ha sentido el silencio de la ausencia en la clase en la que él tuvo su mesa y se ha sentido en aquellas otras en las que este curso y en los venideros él debería haber tenido su pupitre.

Un minuto para recordarte puede parecer, tal vez, insignificante, Juanjo, pero lo es todo si al hacerlo tomamos conciencia de que, en un minuto, en tan solo unos segundos, la vida que damos por sentada se nos puede ir sin que sea posible el retorno. Esto fue lo que me hiciste recordar con tu marcha el año pasado y escribí mi carta diciéndotelo. Te prometí en ella vivir más intensamente el único momento real, que es el presente. Y hoy, quiero renovar esa promesa otra vez por ti. Hoy que, por azares del destino, no me está tocando vivir esa parte alegre de la vida; pero, tal y como te dije el año pasado, aun en estos momentos, debo recordar que tengo la obligación de vivir y de vivir buscando la belleza hasta en los días amargos.

Juanjo, sigues siendo una luz en la oscuridad para guiarme. Y si lo eres para mí que no te llegué a conocer, seguro que también lo eres para tus padres, para tu hermano, para todos tus seres queridos que, sin duda, lamentan tu falta, no hoy, no en este minuto, sino cada uno de los minutos de cada día. Si mis palabras del año pasado pudieron aportar un poco de consuelo a todos ellos, espero que esta breve nota les sirva también ahora para que sepan que ese abrazo en forma de palabras sigue estando vigente.

No fuiste. Eres. Eres en sus corazones: un sin fin de sonrisas, de riñas, de besos, de comidas compartidas, de regalos de cumpleaños, de reyes, de lágrimas, de exámenes aprobados por los que felicitarte, de juegos y caricias mezclados con los ladridos de tu perro. Y seguirás siendo, con total seguridad, cada vez menos dolor y cada vez más todo eso. Al menos, Juanjo, eso deseo de corazón para tu familia. Ojalá tú sepas, desde donde los contemplas, hacerles llegar esa forma de recordarte, la que se envuelve de la suave añoranza pero que evita las punzadas de la rabia. Ojalá, Juanjo, sean capaces de sentirte así.

Ojalá este minuto en el que hemos parado nuestra rutina sirva también para acordarnos de que nada en esta vida merece que la gastemos en trifulcas absurdas y en amargos rencores. Tal vez no podamos parar una guerra lejana, pero sí podemos parar las que están a nuestro alcance, esas estúpidas discusiones que se agrandan por dejarnos llevar por el orgullo y por lo que nos separa, en vez de dejarnos llevar por el amor y lo que nos une. Perdemos demasiado tiempo en lo primero, cuando lo que más vida nos da es lo segundo.

Juanjo, te hemos dedicado un minuto de silencio que esperamos haya resonado amplificado por la parábola que todas las almas de este centro hemos querido ser este día, en ese instante, para gritarte que no nos hemos olvidado de ti, que no nos olvidamos de tu familia y que no lo haremos nunca.

Esther López Calderón